Cuando yo era niña, mi padre nos metía a mis amigas y a mis hermanos en la furgoneta Volkswagen y, tras una ascensión por una carretera minúscula, nos soltaba al pie de un sendero. Al rato, después de una caminata asequible, aunque algo díficil para nuestras pequeñas piernas, podríamos contemplar una cascada, una iglesia románica, o un amplio valle desde algún mirador. Allí sacaba de su mochila unos bocadillos de filetes empanados que devorábamos como si lleváramos días sin comer. Tras recuperar fuerzas, un pilla-pilla entre los árboles o algún juego con palos y regresábamos, trocha abajo al punto de partida. Cansados, a veces llegamos a tumbarnos hasta seis en el maletero que se hacía cama. (Hoy sería impensable). Veo esas fotos con nostalgia. Creo que salimos siempre contentos y satisfechos de esas experiencias.

Por suerte, esa magia de comer al aire libre tras estirar un poco las piernas y contemplando una vista relajante, la podemos disfrutar también sin salir de cualquier ciudad. Solo hace falta un mínimo de preparación y ganas en cuanto el termómetro pase de los 20 grados. Y con mucho menos esfuerzo que antaño.

Aunque los parques urbanos estarán siempre cerca del parking, del transporte público, o de donde dejemos la bicicleta, conviene ir ligeros y llevar solo lo imprescindible. Y, en mi opinión, nada de cubiertos (¡ni candelabros!). Todo con las manos, o a lo sumo palillos. Cuanta menos basura y plástico generemos, mejor.

A menudo, unos metros ladera arriba de donde se dejan los coches, o del merendero con mesas encontraremos la zona bastante más despejada. Seleccionaremos un sitio llano, bajo una buena sombra donde colocar el imprescindible mantel. (Vale cualquier material, desde un hule hasta una colcha vieja para delimitar nuestro espacio pícnic).

¿Qué llevar a un buen pícnic?

Hay que planificar mínimamente, según el número de personas. Y si se apunta más gente a última hora, es imprescindible que traigan lo que sería su condumio (y bebercio) propio para compartir.

Recomiendo de aperitivo unas aceitunas, unos boquerones en vinagre, unas croquetas, y por supuesto tortilla española. Imprescindible un buen pan de hogaza. Lo mejor: que todo esto lo conseguimos listo para llevar en cualquier mercado de abastos o tienda delicatesen.

Para seguir, lo suyo serían esos tradicionales filetes empanados. Fáciles de conseguir y hacer, se conservan tiernos y deliciosos muchas horas. Pero unos bocadillos de jamón, chorizo, salchichón o pavo suplirán para los que no cocinan.

De postre, melón o sandía que los más previsores habrán cortado en porciones. Unas pastitas satisfarán a los golosos. (En Madrid, hago patria: un par de "manolitos" por persona y quedaremos como super-anfitriones).

Para beber, lo que mandan los cánones es tinto de verano o sangría. Aunque si hace mucho calor, posiblemente habrá que prever algunas cervezas frías.

Un termo con café y otro con hielos alargarán la sobremesa. Una petaca con ron y ya tenemos unos cubatas. (Los sibaritas pueden traer su ginebra y tónica).

Que no falten cartas y/o algún juego de mesa para disfrutar del aire libre. Y por supuesto, nada como una siestecilla con la oreja a ras de hierba para reencontrar nuestra paz interior o recargar el espíritu, mientras el viento mece las copas de los árboles y nos devuelve a tiempos de la niñez.

Y antes del regreso, unas risas para acabar con lo que quede de la comida. Así volvemos más ligeros antes de reintegrarnos en la urbe.

En Madrid:

Hay muchos parques con lugares que nos harán olvidar que estamos en una ciudad con un millón de coches. Dependiendo de nuestras capacidades logísticas de acceder, tenemos (entre muchos y buenos) el Parque fluvial del Manzanares, el Parque Quinta Fuente El Berro, el Juan Carlos I, la Casa de Campo, el Parque del Oeste, incluso el Parque del Canal de Plaza Castilla -este con vistas a las Torres Kio y las Cuatro Torres-.

En Sevilla:

Sevilla cuenta con muchos parque y jardines históricos con grandes árboles y buenas sombras. Pero también podemos disfrutar de un pícnic en las riberas del Guadalquivir. Contemplaremos el relajante fluir de los barcos y escucharemos el  suave rumor de los remos desde muchos lugares a lo largo del recorrido del río. Las orillas del Puente de Triana son un enclave excepcional.

En Bilbao:

En Bilbao, con 7 metros cuadrados de zonas verdes por habitante están de suerte. Entre otros, destacan el Paseo de la Memoria, el Parque Doña Casilda, los de Bidarte, Amézola y Europa. Para las mejores vistas del "botxo" u hoyo podemos acceder al Mirador de Artxanda y al Parque Etxebarría.

¿Hace cuánto que no te vas de pícnic? ¿A qué no es tan difícil?